miércoles, 23 de enero de 2013

Te vas


Te vas,
y el reloj de la plaza marca tu ausencia.
Te vas,
y la sábana hueca lo recuerda cada instante.
Te vas,
y bajo el manto de estrellas de la noche,
en la estación sin nombre,
canta un hada llorando tu olvido.

Llegó el final.
Destino irrevocable que los dos 
convertimos en sentencia del camino.
La única salida para el remolino 
de dolor y rabia donde nos metimos.

¿Cómo no pudimos darnos cuenta antes?
¿Cómo no pensar en el futuro que avocamos al fracaso?

Aquella tarde fue la gota que colmó el vaso.
Tus manos temblorosas
dejándose llevar por la carne de aquel joven. 

Yo estaba allí,
y con los ojos rojos de dolor lo sufrí en silencio.
¿Cómo culparte yo?
Mis labios, llenos de rabia por lo que no tenían,
también se fueron en busca de consuelo.

Los dos, queriéndonos tanto, 
y tan fuerte.
Nos deseamos tanto odio
que quisimos pagarlo con un beso extranjero,
con unas manos nuevas 
que renovaran el color
y apagaran la sed de duelo.

Yo estaba allí,
y sin quererlo envenené mi mente sin sentir
que yo también lo merecía.

Quizás presenciarlo fue la guinda,
para que tu venganza quedara sobre la mía.
Tu no cuidado y gallardía
que yo mismo guarde bajo la almohada.

Henos aquí confesando culpas,
y admitiendo también que te quiero.
Aquellas manos y otra boca,
que momentáneamente salvaron nuestra vida,
quedaron en minutos
rodeados de la nada, de agonía.

Te vas,
y el tren que te lleva cancela su retorno.
Te vas,
creyendo que eres la culpable de mil males,
de engaños y sobornos.

Nunca me atreví a contarte mi pecado,
mi ego desequilibró la verdad de nuestros actos.
Y ahora te vas,
y yo me quedo en la estación de tu desdicha,
queriéndote tanto,
queriéndote tanto.

Te vas,
un momento acabó con todo.
Y eternos los momentos que quedan llorando,
esperando al tren maldito en que regresas,
con instrucciones de cómo amar sin hacer daño.